Cuenta una historia, que mucho tiempo ha, en un bello y lejano lugar. Vivía espectro, que soñaba con amar...
Quiso el destino que en su vagar, por
un mundo sin amigos ni nada que estimar. Una herida en la tierra, una
yaga profunda, atrajera su atención. Se deslizó por ella y en su
interior, a una campesina yaciendo halló. Entre sus manos yertas, un
brote, una flor...
Intentó despertar a la joven, mas no
pudo. Su espíritu había marchado ya. Lo único que de ella quedaba,
era su cuerpo y una planta.
Cuerpo, que como bien sabía el
espectro, pronto desaparecería. Y que alimentaría lo que en su
último aliento plantó.
Marchose, abandonando a su suerte
planta y cuerpo. Mas, aquella misma noche, no pudo quitarse de la
cabeza que si alguien había gastado su último hálito por una flor,
debía haber alguna razón para ello...
A la mañana siguiente volvió a la
grieta. Alguien había recogido a la chica, y pisoteado
descuidadamente al germinado...
Apenado, se dedicó a cuidar y velar la
plantita. A la espera de que los deseos de su benefactora, pudiesen
cumplirse, en una planta fuerte y crecida...
Es lo menos que un difunto puede hacer
por otro, pensó para sí.
Pasaron los años, luego los siglos. Y
el espectro siguió cuidando de aquella planta, que había convertido
en un arbusto de flores magníficas, impropias del mundo terreno.
En torno a él, había surgido un
inmenso jardín, que el espectro se esmeraba en cuidar. Al principio
por compasión, más tarde con afecto.
El jardín era el lugar más hermoso
que ojos humanos jamás hayan visto...
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